Hiyab, burka y niqab

La ministra que aún no se hA ido anda gastando dinero en subvenciones para conocer el mapa de enervación del clítoris, y con las críticas que le han llovido su explicación ha sido que ayudará a luchar contra la ablación, cuando lo que más ayuda es meter en la cárcel a quien lo haga hasta se le pasen las ganas de cortar lo que no es suyo.
Pero Igual dad, ella no se entera de que nada tiene que ver esa mutilación monstruosa con el Islam, como que tampoco lo tiene que ver el burka, el hiyab, el niqab, el turbante o la chilaba.
La ministra se está metiendo en un jardín con jardineros que no distinguen una margarita de una ortiga. Al final lo va a acabar complicando todo, confundiendo como camino lleva, la rosa con las espinas.
Quiere regular esta ministra –que en algo tiene que pasar su tiempo- el uso del burka, y para ello qué mejor idea que hacerlo en el ámbito de la Ley de Libertad Religiosa.
Lo que no se le ocurre a la ministra es informarse de si el burka es una prenda religiosa, y en caso de qué religión.
Pues va a ser que no, que no es un ropaje –por llamarle algo- propio de ninguna religión, por más que principalmente lo sufran musulmanas. En India, por ejemplo, lo llevan muchas mujeres que no son de fe islámica, así como en algunas zonas de Asia usan cosas similares.
Pero al margen de eso, basta advertir que si unas musulmanas llevan burka, otras niqab, otras chador, otras hiyab y otras nada… pues… igual alguien debía empezar a preguntarse si efectivamente nada tienen que ver estos velos con el Islam.
Nada dice el Corán de que las mujeres deban llevar atuendos de este tipo, a lo que se insta en el Libro es a que mujeres ¡y hombres! vistan y vivan de un modo discreto. Es discreción podríamos equipararla a decencia, y lo decente varía según el espacio y el tiempo al que hagamos referencia.
Ahora es común ver chavales enseñando los calzoncillos y con el pantalón caído, y chicas con cinturones como supuesta falda; ahora es común que las mujeres estén en playas y piscinas en topless, o ver a dos personas del mismo sexo besándose en público. Todo esto hace algún tiempo era calificado de indecente, y hoy es común, guste o no guste.
Metiendo en la Ley de Libertad Religiosa la regulación del burka, la ministra va a conseguir llegar más allá de lo que lo hizo el propio profeta Muhammad, va a dar carta de naturaleza religiosa a lo que sólo es un atuendo tradicional (repugnante).
Lo mismo pasa con el hiyab y el niqab. Son elementos tradicionales, culturales, pero no islámicos.
La regulación del uso del burka debe acogerse a algo tan simple como la seguridad ciudadana. Si nadie puede ir por la calle con el rostro cubierto, o entrar en un recinto así, pues ya está, no hace falta más.
La ministra debía saber en quien fundamenta sus decisiones, porque igual le está haciendo el juego a un grupo de musulmanes machistas, y no está atendiendo a lo que refleja el Islam en su espíritu y su letra.
Si el argumento es el mismo para prohibir el niqab, el hiyab es cosa distinta. Este velo no cubre el rostro, por lo que razones de inseguridad ciudadano no son válidas para su regulación, y como tampoco tiene contenido religioso (más allá de que quien se lo pone lo entienda como signo externo de la denominada decencia antes referida) pues tampoco entraría su regulación en la Ley de Libertad Religiosa.
Pero es cierto que algunos padres imponen a sus hijas el hiyab, tan cierto como que hay otros que prefieren que en Occidente no lo usen para evitar problemas pero ellas quieren usarlo. En ningún sitio pone que sea obligatoria, ni pone que es la manera de mostrar tu sometimiento al varón, porque ni lo pone ni lo es. Si duda alguno recuerde como el famoso juez Bermudez (el del 11-M) echó de la sala a una letrada por llevar hiyab: ¿creen que toda una abogada se pondría este velo si lo entiende como sumisión? ¿habría hecho lo mismo este juez con una monja? ¿o con un judío con kipá?... pues no, a este magistrado ya se le venía venir.
En ocasiones el hiyab es una especie de reivindicación identitaria, un modo de decir a los demás quién es uno y lo orgulloso que está de ser quien es, como quien luce una bandera republicana en la solapa de la chaqueta o quien cuelga una cruz de su cuello. Es como el marroquí que no usa chilaba en su tierra pero cuando llega a la nuestra se la pone. O como el vasco que no usa txapela en Bilbao pero se va a Sevilla a vivir y es lo primero que se coloca.
Querer convertir estas prendas en armas sólo interesa a los dos extremos, a aquellos hombres musulmanes que quieren seguir controlando el Islam para seguir controlando la sociedad y concreto dominando a las mujeres, y a aquellos occidentales que quieren usar cualquier cosa para convertir lo islámico en una amenaza contra la que luchar con cualquier arma.
Ni a unos ni a otros hay que hacerles el juego, y es curioso como en Occidente desde los conservadores hasta los progresistas han asumido que estas prendas son signo de sumisión de la mujer al hombre. De oídas, claro, pero luego pasa lo que pasa.

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