Todos los debates de política general generan desasosiego, y lo peor es que no sirven para nada. Los veo necesarios, me gusta -será mi bis masoquista- escuchar el enfrentamiento de ideas, de visiones de la realidad, de interpretación de los hechos, de las perspectivas de futuro de cada cual. Pero insisto, no sirven más que para producir desasosiego, aunque como afortunadamente los siguen pocos ciudadanos, pues tampoco es tan grave.
En el cara a cara protagonizado por el presidente de Gobierno Mariano Rajoy y el portavoz del grupo socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, hemos podido tener una muestra de eso. De eso, y de lo que cambian las cosas cuando uno está en el banco azul o no.
Rajoy comenzó hablando del número de parados. Eso fue todo un gesto para dejar sentado de entrada la gravedad de la situación en la que estamos. El problema que tuvo fue el uso y abuso de los números, útiles ciertamente para demostrar que los recortes a que nos está sometiendo el Gobierno no caen en saco roto, pero los número son eso, números.
Lo contrario son las palabras, y eso a Rubalcaba se le da bien. Dibujar el retrato de la España depauperada es fácil, porque basta mirar lo que nos rodea. Tocar la vena sensible de la ciudadanía con esto es lo que se llama demagogia barata. Eficaz para el mitin, pero se espera mucho más de quien ha tenido responsabilidades de gobierno y supuestamente aspira a volver a tenerlas.
A Rajoy le faltaron palabras y le sobraron números, y a Rubalcaba le sobraron palabras y le faltaron números.
Si se puede afirmar que el presidente ganó el debate -es mi opinión- es porque frente a sus números Rubalcaba no pudo hacer nada, sólo literaturizar sobre la situación, adjetivar, nada más. Pero es que no podía hacer otra cosa, ya que es la hemeroteca está ahí, y ese antídoto contra el olvido es demoledor para alguien que lleva toda su vida sentado en el Congreso, casi todo el tiempo en el banco azul.
Los años en que fue vicepresidente con José Luis Rodríguez Zapatero han sido lo peor en la historia de la época democrática, sobre todo la segunda legislatura en la que él tuvo más protagonismo ante el perfil no ya bajo si no hondo, del resto de sus compañeros.
Tan grave es para el PSOE tener ahí a Rubalcaba que se vio obligado a pedir ante Rajoy perdón por no haber hecho nada ante el drama de los desahucios. Sí, pero debía haberlo pedido por muchas más cosas, y no me refiero por negar los GAL o por su implicación en el caso Faisán o por romper la jornada electoral del 12 M, no. Debía pedir perdón por no haber hecho todo lo que ahora dice que debe hacer el Gobierno, y debe pedir perdón por haber hecho lo que hizo y que nos ha conducido a la situación en la que estaba el país hace año y medio.
Por eso Rubalcaba prefiere hablar, hablar, hablar, hablar...
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