“No hay dinero”. Llevo tiempo
oyendo esa frase que ahora han puesto de moda tanto el presidente
Mariano Rajoy como su ministro Cristobal Montoro. La cosa no es
nueva; hace mucho tiempo que “no hay dinero”, ni en los hogares,
ni en las empresas, ni en los bancos, ni en las administraciones
públicas. Y la pregunta no es quién se lo ha llevado, porque de eso
conocemos la respuesta, como también de quién lo dilapidó; la
pregunta es si sirve de algo decirlo, o mejor expresado ¿sirve para
algo positivo decirlo?.
No comprendo como alguien puede
extrañarse de que la prima de riesgo española suba como la espuma
desde el martes pasado, y que el interés que ha de pagar el Estado
por el dinero que pide prestado cada vez se más alto. Es lógico lo
que está ocurriendo; de una lógica aplastante, por lo que no se
entiende insistir en el error.
Quién en su sano juicio vocearía a
los cuatro vientos que no tiene dinero, que ni tan siquiera
prescindiendo de lo esencial puede garantizar hacer frente a su
deuda... justo cuando lo que hace es pedir un préstamo. ¿Alguien
pediría un préstamo en un banco para gastarlo en comida y
electricidad, presentando como aval que lleva cuatro años en
desempleo, que no cobra ningún subsidio, que no tiene previsión de
encontrar trabajo y que lo van a desahuciar? ¿alguien pediría
dinero con esos argumentos?
La pregunta también puede hacerse a la
inversa ¿alguien daría un préstamo en esas circunstancias? Pues la
primera respuesta es no, y la segunda es que... hombre, si es un
amigo, si sabes que es buena gente, que es un tipo que otras veces ha
cumplido, que es trabajador, que está dispuesto lo que sea por un
trabajo... igual le hacen el préstamo, pero el interés será
elevadísimo ya que debe suplir el riesgo del prestamista.
Por eso no se entienden esos
aspavientos con el “no hay dinero”, por mucha verdad que sea,
porque ni siquiera quienes más cerca están de quien grita se dan
por concernidos.
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