La palabra era asombro. Eso es lo que sintió Cicerón cuando levantó la vista y vio a Catilina buscando acomodo entre los escaños del Senado después de lo sucedido la noche anterior. No podía creerse la desvergüenza del promotor intelectual del intento frustrado de asalto a su vivienda por parte de un populacho embaucado con promesas casa, tierra y pan gratis.
Cicerón no podía creer que después haber salvado su propia vida, la de su familia y la de sus esclavos, por muy poco tras haber logrado atrincherarse efectivamente para repeler el ataque, esa mañana en la que él debía volver a hablar en el Senado, quien había calentado a esa masa, quien les había incitado, quien les había organizado y dirigido, llegara tranquilamente a ocupar su sitio entre los honorables de Roma.
-¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
Hizo una pausa mirándole fíjamente mientras todos los senadores se giraban hacia el aludido.
-¿Hasta cuando esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
Es verdad que la recreación de este pasaje del más famoso discurso de Cicerón podría aplicarse a muchos momentos de la vida política, pero no puedo menos que recordarlo a raíz del actitud cicatera del Gobierno andaluz con relación a la rehabilitación de la Casa Consistorial de la capital de Almería.
Catilina parece llevar de alquiler en el Palacio de San Telmo los últimos treinta años, abusando de nuestra paciencia, riéndose de nosotros. Y en ese nosotros se pueden incluir todas y cada una de las provincias andaluzas, cargadas de agravios por parte de un gobierno que ha sido absolutamente incapaz de sacarle rendimiento a las ansias con la que cogimos la autonomía. Queríamos dejar de ser los últimos de España y de Europa, queríamos no ser el hazmereir, queríamos que se acabara el caciquismo y el nepotismo... y seguimos donde estábamos, sólo que tres décadas después, con treinta años perdidos.
Imagino al alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez, con túnica senatorial -no en vano es senador- en la Plaza Vieja, en pie, con la lona que tapa la fachada desmoronada del Ayuntamiento y que dibuja cómo será cuando algún día la obra se acabe.
Y le imagino serio, solemne... mientras frente a él, se arremolinan los concejales del PSOE y de Izquierda Unida, sus parlamentarios, sus diputados y sus senadores...
Le imagino mirándoles uno a uno, y hasta imagino que el desconcierto se adueña de él cuando advierte que todos ellos, todos y cada uno de ellos tienen la misma cara, la cara de Catilina, una cara dura, consistente, irrompible incluso a golpe de urna.
La consejera de Fomento, como Catilina, no tiene problema en responder al alcalde diciendo que no, que no le cederán gratis el proyecto para acabar la rehabilitación del Ayuntamiento, que tampoco se lo van a vender, que además el convenio suscrito por el que la Junta de Andalucía financiaría esa remodelación sigue en pie -a pesar de su incumplimiento- y que por tanto el Consistorio no puede actuar por su cuenta y acometer las obras aunque las quisiera pagar de sus fondos propios.
-¿¡Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia!?
Y como Catilina mandó a los suyos contra Cicerón, Elena Cortés, manda a los suyos contra el senador Rodríguez, con el argumento de "el alcalde no ha ido a Sevilla a hablar con la consejera".
-¿Por qué tiene que ir el alcalde de Almería a Sevilla a reunirse con una consejera para que se cumpla un convenio firmado? ¿Por qué tiene que ir el alcalde de Almería a Sevilla a hablar con una consejera cuando ya ha hablado en persona con la presidenta Susana Díaz como ante lo hizo con el presidente José Antonio Griñán, que tampoco cumplió el convenio? ¿Por qué el Gobierno andaluz no entrega al Ayuntamiento de Almería un proyecto pagado con el dinero de todos los andaluces, y por tanto con el de todos los almerienses?
-¿Hasta cuando esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
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