Como la inmensa mayoría de los andaluces, hace tiempo que tengo decidido qué haré el domingo, así que este sábado poco tengo que reflexionar sobre ello. Quienes pensaban abstenerse seguramente no han cambiado de opinión, y quienes acudirán a las urnas tampoco es muy probable que esta campaña electoral haya movido el sentido de su voto.
Sobre lo que ando reflexionando es sobre nosotros, sobre Andalucía, sobre lo ocurrido en las últimas tres décadas para que nuestra ilusión se haya diluido, para que aquella verde bandera que con la aurora blanca se hizo un cinturón ya no tenga ese espíritu triunfante.
Si miramos las estadísticas electorales, advertimos que en 1980, unos dos años después de la manifestación del 4 de Diciembre, en el referendum del 151, el 87,52% votó a favor, y que sólo se abstuvieron algo más de un millón (y metan ahí no sólo a los muertos si a nuestros muchos emigrantes); luego en 1981 fue el 90% del electorado el que dijo Sí al Estatuto... y luego la decepción. En el referendum de 2007, el del segundo Estatuto, ese que nos metieron con calzador porque los políticos necesitaban lavar sus trapos sucios de Cataluña, de los más de seis millones de andaluces con derecho a voto, lo ejercieron algo menos de cuatro millones, y a favor estuvo el 87,4% y en contra el 9,4. Pasamos de una participación superior al 64% a una 53% y luego a otra del 35%.
En estas elecciones está en juego en gran medida nuestra autonomía, aquella por la que los andaluces le doblamos en pulso a los grandes partidos, primero a quienes nos querían dejar en el furgón de las regiones, y luego a quienes tuvieron que cambiar la ley ante la injusticia cometida.
Lo que nos jugamos el domingo no es el "estado del bienestar"... con más de un millón doscientos mil parados no hay bienestar que valga, con un sistema educativo público que ofrece los peores resultados del mundo occidental tampoco, con una sanidad en quiebra mucho menos... nos jugamos algo más importante, nuestra propia existencia como pueblo con derecho a decidir.
Los andaluces hemos sabido que siempre que teníamos un problema con el centralismo, por eso intentamos ser autónomos en la I República, y luego en la II República, y no lo logramos hasta la presente democracia. Hemos sabido que nuestro problema era el caciquismo, es decir "la intromisión abusiva de una persona o autoridad en determinados asuntos valiéndose de su poder e influencia".
Hace casi cuarenta años comenzó una aventura que hoy frustrada, y de la que todos los andaluces somos responsables en alguna medida. Y el más responsable es quien más poder ha tenido para cambiar las cosas y no lo ha hecho, porque precisamente vino no cambiar si no a sustituir.
Es por eso que Andalucía necesita una operación a corazón abierto, pero no para dejarla como está, infestada por el virus de la corrupción, por un mal degenerativo que nos conduce inexorablemente a la muerte. Por eso no podemos dejar que sigan las cosas así, ni tampoco podemos confiar en quienes por un plato de lentejas están dispuestos a que ese 75% de andaluces que reclaman un cambio sean frustrados.
Pero tampoco podemos dejar que nos roben lo que nos ha costado siglos conquistar, nuestro arma más preciada para avanzar, que es el autogobierno. No podemos dejar que el cambio se apoye en quienes quieren que tengamos que coger el tren a Madrid para resolver papeles, en quienes añoran a los gobernadores civiles con mando en plaza, en quienes con la excusa de reducir gastos lo que quieren es reducir la democracia. No debemos permitir que quienes han hecho del cambio el eje de su argumentario electoral puedan acabar dependiendo de los que quieren la vuelta al trasnochado centralismo.
Necesitamos un gobierno que crea en Andalucía y en los andaluces, un gobierno que anteponga nuestros intereses a cualesquiera otros, y que haga de la autonomía el motor de progreso que la inmensa mayoría de los andaluces entendimos que era. El problema no es la autonomía, el problema es la traición a este pueblo perpetrada por quienes nunca creyeron en él pero han sabido usarlo.
In shaa'Allah
Es por eso que Andalucía necesita una operación a corazón abierto, pero no para dejarla como está, infestada por el virus de la corrupción, por un mal degenerativo que nos conduce inexorablemente a la muerte. Por eso no podemos dejar que sigan las cosas así, ni tampoco podemos confiar en quienes por un plato de lentejas están dispuestos a que ese 75% de andaluces que reclaman un cambio sean frustrados.
Pero tampoco podemos dejar que nos roben lo que nos ha costado siglos conquistar, nuestro arma más preciada para avanzar, que es el autogobierno. No podemos dejar que el cambio se apoye en quienes quieren que tengamos que coger el tren a Madrid para resolver papeles, en quienes añoran a los gobernadores civiles con mando en plaza, en quienes con la excusa de reducir gastos lo que quieren es reducir la democracia. No debemos permitir que quienes han hecho del cambio el eje de su argumentario electoral puedan acabar dependiendo de los que quieren la vuelta al trasnochado centralismo.
Necesitamos un gobierno que crea en Andalucía y en los andaluces, un gobierno que anteponga nuestros intereses a cualesquiera otros, y que haga de la autonomía el motor de progreso que la inmensa mayoría de los andaluces entendimos que era. El problema no es la autonomía, el problema es la traición a este pueblo perpetrada por quienes nunca creyeron en él pero han sabido usarlo.
In shaa'Allah
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